No me gusta que mis papás aún crean que no entiendo cuando hablan entre ellos. Tengo casi 12 años, y aún piensan que no comprendo. Y aunque no siempre sé exactamente qué dicen, sí me he dado cuenta si están tristes, felices o molestos. Sobre todo si tiene que ver conmigo.
Tenía 8 años cuando hablaron con el señor David sobre la mujer. Ellos pensaron que estaba concentrado dibujando con mis crayolas, pero por eso hacía círculos: porque son fáciles y así escuchaba sin distraerme.
David era el dueño de una casa que rentamos. Siempre me pareció muy amistoso. Les contó a mis papás que la casa se había incendiado hace años, y que una señora que vivía ahí sola se quedó atrapada y se quemó con ella.
La historia me dio mucho miedo, porque pienso mucho en fantasmas. Papá siempre me ha dicho que no existen, pero la primera vez que vi a la mujer quemada fue en mi cuarto.
Aunque estaba oscuro cuando me levanté la pude ver ahí, sentada en mi cama. Lo blanco de sus ojos era muy brillante, y su piel era muy negra de lo quemada que estaba, como un carbón. Su sonrisa era blanca y enorme.
Yo quería gritar, pero el susto no me dejaba. Cerré los ojos y ella me preguntó “¿por qué no me quieres ver?”
“¿No te gusta cómo me veo?”
Me hablaba suave y con alegría. Aunque no abrí los ojos sé que no paraba de sonreír.
No dormí el resto de la noche. Sólo la escuché otra vez, por la mañana, cuando salió por mi ventana. Me asomé a ver cómo la cerraba: su pelo delgado y enredado corría por su espalda.
Mis papás se levantaron como cinco minutos después. Esperé a recuperar el coraje de moverme y bajé a desayunar. Mamá y papá notaron que estaba muy cansado y, aún asustado, les conté que había visto un fantasma. Ellos adivinaron inmediatamente de quién.
“Sé que da un poco de miedo lo que nos contó el señor David, pero los fantasmas no existen. Es sólo una pesadilla.”
Aunque dije que tenían razón, no sé por qué sentí culpa y pena. Esa noche rezamos juntos a mi ángel de la guarda para que no tuviera más pesadillas.
Pero a pesar de mis oraciones, regresó esa noche. Estaba revisando mi closet.
Cerré los ojos, y me dije a mi mismo que me despertase. Los volví a abrir, y ella volteó a verme con una sonrisa. “Este era mi cuarto.” Sacó un vestido azul claro. Mamá guardaba algunas de sus cosas en mi cuarto porque no le quedaba espacio en su armario.
La mujer se puso el vestido encima del que ya tenía puesto. Su piel quemada se notaba más al lado de ese azul tan brillante.
“Mírame… ¡mira qué bonito me queda! Debería ser mío porque este es mi cuarto, y esta es mi casa.”
Me tapé con la sábana, pero dejé un huequito para verla. Bailaba con las manos arriba, a veces pegando brincos que me emocionaban, porque creí que despertarían a mis papás. Pero nada pasó. Se quedó en mi cuarto hasta que salió el sol, se quitó el vestido, y salió por la ventana.
La mujer quemada aparecía a menudo, y yo dormía muy poco. Siempre que venía le contaba a mis papás durante el desayuno, pero se empezaron a poner bravos. No me tenían paciencia porque creían que les mentía. No sabía si tenía más miedo de la mujer, o de decirles que me había visitado.
Así que dejé de contarles, hasta una noche que me hice pipí por el miedo y mi mamá me regañó en la mañana.
“¿Por qué no fuiste al baño?” me gritaba. “¿Te parece justo que limpie esto?”
Me puse a llorar. Mami vio a Papi, y me abrazó sin decir nada.
Así fue como conocí al doctor Noel. Él es muy amable, lo quiero mucho. Iba a verlo todas la semanas. Jugábamos UNO y me escuchaba hablar del fantasma de la mujer quemada. También me preguntaba si me gustaba el colegio, mis amigos y vivir en esa casa.
Una tarde papá me recogió de la práctica de fútbol. Estaba emocionado de contarme algo:
“Conseguí un buen trabajo en Miami, la ciudad donde vive tu tía. Nos vamos a mudar para allá muy pronto.’’
Yo estaba más feliz que papá. Muy pronto sería libre de mi fantasma.
La última vez que ví a la mujer estaba durmiendo en el cuarto de mis papás. A través de la puerta entreabierta la vi salir de mi habitación, bajar las escaleras, y subirlas otra vez.
El día que nos mudamos el señor David, quien se había vuelto muy amigo de mamá y papá, pasó por un momento para buscar las llaves. Me preguntó si me había gustado vivir en la casa. Yo traté de sonreír, pero sólo me encogí de hombros y todos los adultos se rieron (mis papás con un poco de pena).
“Perdón David,” dijo mamá. “Ricardo estaba fascinado con la casa, pero todas las noches vivía aterrado con pesadillas de la antigua dueña. La que se murió en el incendio.”
Creo que el señor David pensó que su respuesta iba a calmarme, pero sólo me hizo saber que yo no era el único que a veces no entendía las cosa. Mamá y papá tampoco lo entienden todo.
“No vale,” dijo en un tono casual, “pero ella no se murió. Quedó viva de milagro.”
Mis papás estaban atónitos. No podían creer que habían asumido lo contrario por tanto tiempo.
“!Ah! Pues Ricardo se la pasaba soñando con una mujer quemada que entraba a su cuarto” explicó papá.
El señor David jamás se había puesto tan serio como en ese momento.
Dijo que no quería alarmarnos, pero que los vecinos habían visto a la antigua dueña de la casa caminando por el vecindario, usualmente de noche y por las mañanas. Todos la reconocían porque había quedado desfigurada, quemada de pies a cabeza.
Incluso con 8 años, pude entender lo que quería decir: la mujer no era un fantasma, ni una pesadilla. Era una persona real, y con vida.
Mamá y papá se pusieron muy blancos y callados. Se despidieron de David, y nos fuimos del pueblo. No hablaron mucho por el resto del día.