¿Quién somos cuando soñamos?
¿No les has sucedido que en las noches, cuando se deja la mente ir, esta no sólo nos lleva a fabricaciones de nuestro inconsciente, un derroche licuado de pensamientos e información, sino también nos torna en personas completamente distintas?
¿En alguien ajeno a nosotros, incomparable con nuestra esencia? Con diferentes deseos, impulsos y naturaleza, capaz de actos y diversiones que jamás nos admitiremos capaces de entretener.
Una vez me convertí en un pirata africano, dedicado a traficar flora y fauna del Congo a Escocia. En otra oportunidad, yo y un secuaz (cuyo rostro olvido) secuestramos a Al Pacino, lo freímos hasta convertirlo carne seca, y esparcimos los pedazos de ese cuero por el jardín de mi infancia.
Aún no sé en quién me transformé durante el sueño de esta historia.
En la pesadilla también era de noche, y caminaba hacia un hospital en tinieblas, pero mis pasos no resonaban en las calles vacías, calladas como un sepulcro. No había estrellas en el firmamento, ni lámparas alumbrando las ventanas. Tan sólo la sobria oscuridad.
No había más nadie a mi alrededor. La ciudad entera parecía dormir.
Yo sentía odio, y mucha rabia.
No sabía quién era, pero sí a dónde me dirigía: a encontrar a alguien en ese hospital.
Estaba lleno de ira, y esta persona, fuera quien fuera, debía pagar por ello. Necesitaba encontrarla y hacerle daño. Muchísimo daño.
Irrumpí en el edificio médico, sin dejar de andar hacia mi objetivo.
Pam, retumbaban mis pasos a través de la solitaria recepción, y los pasillos en penumbra.
Pam. Pam.
No había luz encendida, u otra alma, en todo el edificio. Sólo yo, y quien fuera que buscaba.
Atravesé los corredores, pasando de largo incontables puertas y oficinas. Mis zancadas eran incesantes, impacientes. Y mientras más me acercaba, más aumentaba mi odio.
Pam… maldito el que duerme en la habitación, pensé.
Pam… tiene que sufrir, sangrar por los ojos, pensé.
Pam… quiero matarlo, pensé.
Estaba muy cerca.
Vi la puerta entreabierta. Revelaba una habitación en sombras, y la esquina de una cama ocupada.
Había dado con mi víctima.
Cerré los puños, subí mi respiración y caminé más rápido.
Pam, pam, pam...
Más rápido... Estaba a escasos metros de la entrada…
PAM! PAM! PAM! PAM!
Y así cambió mi mente entonces de personaje, convirtiéndome en alguien más.
Ya no caminaba en el pasillo. Yacía en una cama, enfermo.
Me había transformado el habitante de aquella habitación a oscuras.
Mi corazón sacudía mi clavícula con cada latido, mientras yo aguardaba en las sombras. Sabiendo que alguien se aproximaba, que empujaría la puerta entreabierta para atacarme.
Que llegaría en cualquier momento.
Ahí desperté: Justo cuando escuchaba el chirrido de las bisagras de la puerta.
Estaba de vuelta en mi recamara, pero había traído conmigo el terror de aquel sueño.
“¡Hay alguien en la casa!” gritaba, tratando de despertar a mi esposa. “¡Hay alguien en la casa!”
Pero ya estaba despierta, y su mano descansaba sobre mi pecho, tratando de serenarme.
Respire profundo. La suave presión de su palma sobre el corazón me hizo caer en cuenta que debía desacelerar mis latidos. Estaba a salvo, después de todo.
Y de la nada nuestra perra, la cual duerme con nosotros en nuestra recamara, lloriqueó.
“¿Qué pasa Nutella?” le pregunté. Consideré que quizás debía bajarla al parque.
Sentí entonces la palma de mi esposa estrujar la franela sobre mi pecho.
“Diego” susurró, casi ahogada. “No hables.”
Mi vista se había adaptado a la oscuridad lo suficiente para distinguir ciertas cosas: el blanco de sus ojos, abiertos de par en par. Nuestra perra negra, alerta frente a la puerta cerrada de nuestra habitación.
Y la sombra de un par de pies, visibles por debajo del portón.
Quería creer que mi razón seguía obnubilada. Que imaginaba cosas.
Pero mis esperanzas fueron demolidas por tres golpes a la puerta.
Su estruendo violentó a cada fibra de mi familia. Nutella no paraba de lloriquear.
“¡¿Quién está ahí?!” preguntamos, una y otra vez. Creyendo que nuestra insistencia ahuyentaría a quien acechaba nuestra habitación.
Las dos sombras entonces se movieron sutilmente, como si buscando acomodarse en lugar de iniciar su retirada…
Antes de, súbitamente, apartarse del portón. Escuchamos también el abrir y cerrar de la entrada a nuestro apartamento. Alguien acababa de abandonar la vivienda.
Durante la espera por la policía, agradecí que mi mujer siempre cerrara nuestra habitación con llave. Quizás al haber crecido en Caracas, una de las ciudades más peligrosas y criminales del planeta, heredamos una moderada y (ocasionalmente) útil dosis de paranoia.
La investigación no dio con alguna explicación concluyente, y las cámaras de seguridad tampoco registraron entradas forzosas al edificio. Incluso los oficiales cuestionaron la nitidez de la experiencia, tomando en cuenta que estábamos dormidos y el piso a oscuras.
Pero alguien quería entrar a nuestra habitación, de eso no nos queda duda. Incluso si sólo nos queda explicarlo como la presencia de algún espíritu.
Eventualmente, pudimos resumir nuestras veladas tranquilas. Ya no sufrimos ante la posibilidad de intrusos o presencias.
Mas algo que me persigue esa noche son los lloriqueos de mi perra, Nutella.
Verán, el sonido no era de ansiedad, sino de emoción.
Nuestra mascota sólo produce ese llanto cuando estamos a punto de entrar a casa, luego de un largo día de trabajo. La ansiedad y anticipación por volver a vernos la sobrelleva, y es su manera de avisar nuestro regreso.
No sé quién estaba al otro lado del portón. Pero la perra sólo actuaría así si fuera mi esposa… o yo.
A menudo me inclino a pensar que quizás mis sentidos me salvaron. Que descansaban a medias para alertarme de cualquier peligro, y que esa pesadilla fue su mecanismo para infundir el terror justo y necesario para despertarme.
Pero tengo la terca convicción de que también ingresé a la mente de quien golpeó nuestra puerta tres veces. Fuese hombre o fantasma, me familiarice brevemente con una esencia ajena a la mía, y albergue oscuridades y furias que jamás me había sentido capaz de hospedar.
Sentir ese odio, vivirlo… fue como una señal. Por ello creo que, de alguna forma, mis sueños me deslizaron dentro de su ser: para advertirme.
Y que mi perra, aunque confundida, también pudo percibir a un pedazo de su dueño al otro lado del portón. Tratando de irrumpir en la habitación.